¿En qué consiste la terapia psicológica?

¿Qué encontrarás en este artículo?

¿Quién suele ir a terapia?

Cualquier persona es susceptible de necesitar ayuda psicológica en algún momento de su vida y de beneficiarse de hacer terapia.

Por tanto, podría decirse que no hay un perfil de paciente concreto ni tampoco de problema concreto.

La mayoría de los pacientes que acuden a terapia son personas adultas sin trastornos mentales graves que, por alguna razón, están experimentando algún tipo de sufrimiento psicológico y que deciden pedir ayuda para sentirse mejor.

 

Razones para acudir a terapia

Las razones por las que una persona puede sentirse mal y pedir ayuda son muy diversas (estos son solo algunos ejemplos):

  • Pasar el duelo de una pérdida (de identidad, de trabajo, de pareja, de muerte, etc.)
 
  • Tener dificultad a la hora de tomar una decisión importante en la vida (un traslado, un cambio laboral, una ruptura de pareja…)
 
  • Tener dificultad a la hora de transitar por algún momento del ciclo vital (adolescencia, consolidación de la pareja, crianza de los hijos, el nido vacío, jubilación, etc.)
 
  •  Presentar sintomatología clínicamente significativa en torno a la depresión, ansiedad, obsesiones, insomnio, trastornos alimentarios… En los casos en que la consulta va únicamente ligada a la sintomatología, tenemos que hacer un trabajo de encontrar las causas que la están activando y su función para poder establecer unos objetivos terapéuticos que solucionen los problemas detrás de los síntomas y, por tanto, estos puedan remitir.
 

Además de adultos que acuden de forma individual a terapia, también acuden a terapia parejas que buscan resolver dificultades en su relación o quieren solucionar alguna problemática en la crianza de sus hijos. En ocasiones, también acude la familia al completo, donde generalmente alguno de los menores ha desarrollado síntomas que responden a una problemática familiar.

¿Cuál es el principal enfoque? ¿En qué me centro como psicóloga?

En lo que yo me centro principalmente es en la persona, en conocerla, entenderla, entender qué la hace sufrir, qué la haría sentir mejor y qué dificultades se encuentra para llegar hasta ese punto.

Parto siempre de la idea de que el paciente es experto en su vida porque es quien mejor la conoce y yo, por mi formación, soy experta en la conducta human (pensamiento, emoción, relaciones…). La idea es que los 2, conjuntamente, encontremos con nuestros conocimientos la manera de que se sienta bien. Es por eso que realmente cada proceso de terapia es único, porque cada persona y cada historia también lo son.

Esta parte de la cooperación es muy importante, porque el paciente se tiene que sentir no solamente motivado hacia el cambio (por el sufrimiento esencialmente), sino también implicado en su solución, tanto en descubrirla (a través de las conversaciones en las sesiones y de los ejercicios de observación, reflexión y movilización que se hacen durante las sesiones y entre ellas) como en llevarla a cabo.

Al final, se trata de un trabajo de mejorar el propio conocimiento (quién soy, cómo soy, cómo me relaciono), entender de dónde viene esto (de dónde vengo, qué he aprendido…) y a partir de ahí hacerlo todo consciente. Al hacerlo consciente podré empezar a escoger libremente cómo quiero vivir, cómo me quiero relacionar, cómo me quiero sentir, qué quiero hacer, etc. Este proceso requiere ser honesto con uno mismo. Pero es difícil ser honesto con una mismo y sentirse por tanto en paz con uno mismo si uno no se conoce y simplemente actúa automáticamente sin saber por qué. En esto es en lo que intento ayudar.

Algo que ayuda a mis pacientes es ver por mi parte un interés en ellos de forma genuina, que de verdad los quiera conocer, escuchar, ayudar, no juzgar. Esto les hace sentirse bien en las sesiones, a pesar de que muchas veces tengamos que hablar de temas complicados o dolorosos. Que sientan que les escucho, que soy empática, que les dedico tiempo, que tengo paciencia y que no les juzgo ayuda muchísimo en el proceso terapéutico. 

Evidentemente esto solo, sin formación, no es suficiente, pero creo que sí es imprescindible para que una terapia vaya bien, porque al final la relación terapéutica es la herramienta más potente que tenemos. Sin ella, el paciente no se puede exponer, no puede confiar, no puede probar cosas nuevas y no podrá mejorar.

¿Cómo deberías sentirte en terapia?

Como en todas las profesiones, en la psicología hay profesionales buenos y no tan buenos. Cuando acudes a terapia para recibir ayuda normalmente te sientes vulnerable. Es competencia del psicólogo que te sientas en todo momento respetado, que sientas que te tratan como a una persona, no como a un paciente o peor aun, como a un cliente. Deberías sentir que te están ayudando a encontrar nuevas herramientas para afrontar tus dificultades, en un espacio de confianza donde puedes expresarte con total libertad, sin sentirte en ningún momento juzgado. Al fin y al cabo, aunque la terapia transcurre en un entorno laboral, el tiempo que dura es una relación real. Por lo que deberías sentir en todo momento un trato digno, respetuoso, cariñoso y de interés genuino por tu bienestar. 

¿Qué suele frenar la decisión de hacer terapia?

Por mi experiencia las razones principales por las que alguien no va a terapia o se muestra reticente a la hora de comenzar una terapia suele expresarse en las siguientes frases:

  • No creo en los psicólogos. Esta frase la hemos escuchado muchas veces los psicólogos. Aunque esto está cambiando, por desgracia, todavía hoy existen prejuicios en nuestra sociedad en cuanto a la salud mental.  Esto se debe tanto a cuestiones generacionales como culturales. Los hay que piensan que el psicólogo es para locos, que no sirve de nada hablar porque otra persona no te resolverá tus problemas, o que no es una cosa científica. Normalmente, si superan la barrera i consiguen hacer una primera sesión, y ante este planteamiento no se sienten confrontados, ni juzgados, sino que simplemente se les explica en qué consiste la terapia (que es para todo el mundo, que no es nada mágico, que es un trabajo conjunto, etc.) si se sienten cómodos. Cuando al final de la sesión les pregunto si quieren programar una nueva cita y empezar a trabajar, suelen decir que sí, porque solo el hecho de sentirse escuchados, no juzgados, poder expresar lo que sienten… ya les alivia y por tanto, se pueden sentir mejor después de una primera visita. Al experimentar por sí mismos que es algo que puede ayudarles, se atreven a comenzar una terapia. 
 
  • Tuve una mala experiencia en el pasado. En la primera sesión una de las cosas que pregunto siempre es si han hecho terapia anteriormente y como les fue, si les sirvió… Me encuentro con gente que o bien porque la llevaron de pequeña sus padres (y por tanto no era una demanda propia, no entendían muy bien porque iban ni tienen recuerdo de para qué les sirvió) o bien porque no se sintieron bien en una terapia que ellos mismos eligieron (porque se sintieron juzgados, o no comprendidos, o no valorados), tienen un mal recuerdo de la terapia, y eso les frena a la hora de volver a pedir ayuda. Lo entiendo porque en una situación de vulnerabilidad. Exponerte delante de otra persona es difícil y si, además, uno no solo no se siente apoyado y ayudado, sino que se siente peor, el aprendizaje lógico es descartarlo como posible solución cuando vuelve a surgir un problema. Una de las cosas que también siempre digo en la primera sesión es que la terapia es un lugar donde no hay juicio, donde de puede hablar de cualquier cosa y donde es muy importante la confianza mutua, por lo que si hay cualquier cosa que les incomoda, que yo diga o haga, por ejemplo, es importante que la podamos hablar abiertamente y solucionarla. Otras veces las experiencias han sido positivas y aquí rescatamos qué cosas les han servido o no, qué han aprendido de sus terapias anteriores… y así podemos avanzar un poco más deprisa y no hay esta sensación pesada de «volver a empezar» o «repetir cosas» cuando uno ya ha hecho terapia antes.
 
  • Tengo miedo a qué saldrá si hago terapia. Este es un miedo muy común y muy natural. Todos sabemos que hay cosas que nos pasan, sentimos, pensamos, vemos… que de una manera u otra nos ocultamos a nosotros mismos porque nos duelen. Si nos las ocultamos es porque no nos sentimos preparados o con los recursos suficientes para mirarlas directamente y hacernos cargo de ellas. También sabemos que si hacemos terapia, es fácil que estas cosas salgan a la luz y una vez las hayamos dicho en voz alta sentiremos que tenemos que hacer alguna cosa al respecto, tomar decisiones muchas veces difíciles, etc. Evidentemente esto puede pasar en terapia. Ante esto, ayuda mucho normalizar este miedo que todos podemos tener, resaltar que es el paciente quien marca el ritmo de la terapia y los temas que quiere revisar y los que no, aclarar que no saldrá nada que uno no esté preparado para afrontar (porque nuestro cerebro es muy protector en este sentido) y que precisamente en terapia es un buen lugar para que salgan este tipo de cosas, porque la persona está más arropada y apoyada para revisarlas y con más herramientas para afrontarlas. Además, aunque saliesen estos temas temidos y se tuviesen que tomar decisiones difíciles, siempre es buscando el bienestar del paciente. Así que aunque sería difícil a corto plazo para el paciente, en todo caso, sería positivo a largo plazo. Este miedo también es muy común en los familiares o parejas de los pacientes, y a veces, a medida que el paciente va haciendo cambios que le lleva a sentirse mejor, los otros se pueden incomodar y se lo pueden hacer saber al paciente, a veces en forma de queja. Normalizar esto en terapia también es importante. Todo el mundo está más cómodo en aquello que conoce, lo nuevo y desconocido nos incomoda inicialmente, pero eso no significa que lo nuevo sea algo malo.